La devastación de
Haití, el saqueo de sus recursos, y el formidable vacío de poder que convierte este país caribeño en lo que los expertos estadounidenses en evaluar la viabilidad de las naciones llaman un “
Estado fallido” no se deben al terremoto de 7 grados en la escala de Richter que
el 12 de enero de 2010 redujo a ruinas
Puerto Príncipe y causó la muerte de decenas de miles de personas.
Los principales vectores históricos de esa destrucción son Francia y Estados Unidos, dos países que desde el mismo momento en que los antiguos esclavos lograron liberarse de su condición de colonia, establecieron nuevos mecanismos para seguir obteniendo beneficios económicos de Haití, y a la vez evitar todo atisbo de independencia y soberanía.
La compensación que
Francia obligó a pagar a
Haití a partir de
1825 por haberse atrevido a dejar de ser su colonia, y liberar a su población esclava, fue de 150 millones de francos, luego reducidos a 90 millones, similares al total del presupuesto francés en la misma época.
Para poder pagar a
Francia,
Haití fue forzada a tomar préstamos en bancos franceses y estadounidenses. El último de esos préstamos de
Estados Unidos fue saldado recién en 1947. A valores actuales, estas reparaciones forzadas alcanzaron un total de
21 mil millones de dólares. Esa fue la suma cuya devolución reclamó el ex presidente haitiano
Jean-Bertrand Aristide en
2003. Un pedido que
Francia rechazó temiendo que eso desatara una cadena de reclamos de compensación de parte de otras ex colonias.
En
1915, el presidente de
Estados Unidos, Woodrow Wilson, ordenó la invasión de
Haití para proteger los intereses económicos de Washington.
Los ocupantes gobernaron militarmente el país durante dos décadas, en las que controlaron el tesoro nacional, cobraron impuestos y derivaron todo lo recaudado a bancos estadounidenses.
En los años de la Guerra Fría,
Estados Unidos, y también
Francia, apoyaron la dictadura de François Duvalier, “
Papá Doc”, cuyo anticomunismo sirvió para hostigar a la Revolución Cubana que florecía al otro lado del Estrecho de los Vientos.
A su muerte, en 1971, hicieron con lo mismo con su hijo,
Baby Doc, quien al igual que su padre, gobernó mediante el terror ejercido a través de los escuadrones de la muerte conocidos como
Tonton Macoutes.
En ese período se contrajo casi la mitad de la deuda externa haitiana, que en
2006 llegaba a los 1.400 millones de dólares.
Fue esto lo que permitió al
Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial imponer a este empobrecido país de 9 millones de habitantes
sucesivos planes de ajuste y privatización, y obligarlo a abrir sus mercados, destruyendo por completo su agricultura.
En
junio de 2009, se dieron por cancelados 1.200 millones de esas obligaciones externas, lo cual no incluye más de 500 millones de dólares que
Haití aún debe al Banco Interamericano de Desarrollo.
El ex sacerdote salesiano
Jean-Bertrand Aristide pudo comprobar cómo funciona la maquinaria de control y dominación de
Haití diseñada en
Washington.
Aristide, un religioso enrolado en la Teología de la Liberación, fue electo presidente en
1991. Pero pocos meses después, fue derrocado por el comandante del ejército,
Raoul Cédras, un golpe al que Aristide atribuyó inspiración estadounidense.
El brutal gobierno de
Cédras convenció a
Washington de la necesidad de reponer a
Aristide como gobernante. Pero a cambio de este apoyo, el entonces presidente
Bill Clinton puso al ex sacerdote una serie de condiciones:
pagar todas las deudas contraídas por la dictadura de los Duvalier, abrir el mercado haitiano a los capitales extranjeros, privatizar todas las empresas estatales, y eliminar los aranceles a las importaciones de arroz, una de las principales commodities de la isla,
lo que permitió a los productores norteamericanos de ese cereal beneficiados con subsidios eliminar la producción local para colocar la suya.
La negativa de
Aristide a cumplir con el programa de privatizaciones exigido por la Casa Blanca y los organismos financieros internacionales le trajo problemas de inmediato.
Estados Unidos suspendió los programas de ayuda para
Haití, y
Aristide debió defenderse de acusaciones de corrupción y narcotráfico. Son varios los analistas que aseguran que Washington también financió una insurgencia contra
Aristide integrada por antiguos
Tonton Macoutes.
En
2004, luego de una rebelión generalizada en su contra,
Aristide sufrió en carne propia un procedimiento que la
CIA convertiría en una práctica generalizada de la era
Bush: lo que en inglés se denomina “
rendition”,
secuestrar a un ciudadano extranjero en cualquier lugar del mundo, y transportarlo clandestinamente a un tercer país.
El embajador estadounidense,
James Foley, acompañado por marines y operativos de la CIA, informó a
Aristide que debía renunciar, y lo embarcó junto con su mujer en un avión que lo trasladó hasta la
República Central Africana.
Fue el fin de la
República de Haití, que a partir de entonces, sólo continuó existiendo en términos formales.
Luego de un interinato, una fuerza de paz de las
Naciones Unidas,
la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití, conocida como
Minustah, e integrada por tropas de
Argentina, Bolivia, Brasil, Canadá, Chile, Croacia, Ecuador, Francia, Guatemala , Jordania, Nepal, Paraguay, Perú, Filipinas, Sri Lanka, United States y Uruguay se estableció en el país. Con esa presencia como reaseguro, en
2006 fue elegido presidente el ex primer ministro de Aristide,
René Préval.
Antes del terremoto, el personal militar extranjero integrante de
la fuerza de paz de Naciones Unidas era de más de 9 mil hombres entre policías y soldados. En contraste,
la misión civil de la ONU incluía menos de 500 personas.
Mientras la mayor parte de los países que participan del esfuerzo internacional de ayuda a Haití envían personal civil y médico especializado en catástrofes, Estados Unidos centró abrumadoramente su “ayuda” frente al terremoto en el personal militar: más de 10 mil soldados, encabezados por una unidad expedicionaria de los Marines, portaviones, buques de asalto anfibio y cruceros misilísticos.
Un detalle: ningún medio internacional informó sobre el imprescindible permiso que debe otorgar el presidente haitiano René Preval a su homólogo Barack Obama para que ingresen al territorio soberano de Haití tropas estadounidenses.
No lo hicieron sencillamente porque no hubo ni fue necesario tal permiso.
El envío de ayuda en forma de soldados fue decidido unilateralmente y de facto por Washington.
Es que se trata de una gran oportunidad para que el revitalizado
Comando Sur flexione sus músculos y ensaye una
operación de invasión a gran escala con forma de ayuda humanitaria.
La Fuerza Aérea de Estados Unidos relevó a todas las autoridades aéreas haitianas y está operando el aeropuerto de Puerto Príncipe de manera autónoma, lo que incluye el control absoluto del espacio aéreo. El equipo que coordina los vuelos está compuesto por controladores aéreos de combate.
Así, los militares estadounidenses responsables del aeropuerto de la capital haitiana
privilegiaron el aterrizaje de aviones con equipo militar pesado para el gigantesco contigente de tropas de ese país que se instalarán en la nación caribeña antes que los envíos de elementos médicos, sanitarios y alimentos que los haitianos necesitan con urgencia.
El concepto de militarización de la respuesta a catástrofes y emergencias fue afianzado por
George W. Bush a partir de la calamitosa actuación de los organismos federales de ayuda y prevención durante el
Huracán Katrina, que devastó la ciudad de
New Orleans. En septiembre de
2005, Bush exhortó al Congreso a considerar un nuevo rol para el ejército estadounidense,
tratando los desastres naturales como ataques terroristas, y poniendo al Pentágono como principal agencia a cargo de las operaciones (Washington Post).
Este modelo de operación
privilegia la protección de la propiedad privada con patrullas armadas dispuestas a disparar sobre las desesperadas víctimas de la catástrofe apenas estas intenten obtener por sus propios medios los insumos básicos que las promesas de ayuda no les acercan.
Los trabajadores sanitarios y rescatistas enviados a la zona también deben ser
“defendidos” de la población local
cuya angustia es convertida en amenaza en vez de ser contenida con medidas concretas.
Esta visión militarista fue criticada por
Francia y por varios mandatarios latinoamericanos.
Increíblemente,
Obama no sólo no permite que el dos veces depuesto presidente haitiano
Aristide regrese a la isla y se ponga al frente de la ayuda a su país, sino que incorpora a dos de sus antecesores en la Casa Blanca
implicados de manera directa en la destrucción política y económica de la nación caribeña, Bill Clinton y George W. Bush, quienes supervisarán un fondo destinado a reconstruir la devastación que dejó el terremoto.
La deuda con Haití no hace más que crecer, igual que la desesperación de sus habitantes.
© Noticiero Visión Siete/ TV Pública/ Argentina
VISION SIETE INTERNACIONAL - Sabados 13 hs
FUENTE:
http://blogs.tvpublica.com.ar/internacional/2010/01/23/catastrofe-en-haiti/