Filósofo argentino. Junto con Chantal Mouffe, inició la corriente de
pensamiento posmarxista a partir de la publicación en 1985 de Hegemonía y
estrategia socialista: Hacia una radicalización de la democracia. Fundó
el Programa de Ideología y Análisis del Discurso de la Universidad de
Essex. Actualmente es profesor distinguido en Humanidades y Estudios
Retóricos de la Universidad de Northwestern y director del Centro de
Estudios del Discurso y las Identidades Sociopolíticas (CEDIS), de la
UNSAM.
Por Fernando Cibeira (para Pagina 12 - Domingo 14 de Octubre de 2012)
Visitante cada vez más frecuente al país, analiza el triunfo de Chávez y
la anomia europea en clave de construcciones políticas. El peligro de
la oposición salvaje y el de la blandura. El rol de los medios en
Argentina
El
filósofo Ernesto Laclau reside en Londres y tiene pautado viajar seis
semanas por año a la Argentina, aunque reconoce que últimamente viene
más seguido. Esta vez su llegada coincide con el ciclo Debates y
Combates que la Secretaría de Cultura organizó en Tecnópolis, del que
participaron también otros destacados politólogos, el secretario Legal y
Técnico, Carlos Zannini, y el líder de la izquierda francesa Jean-Luc Mélenchon .
Laclau recibe a Página/12 en el bar del Hotel Claridge poco antes
de partir a la jornada de cierre del debate, todavía satisfecho por el
resultado de la elección venezolana del domingo pasado y, como siempre,
con el ojo atento a la realidad argentina.
–¿Le extrañó que el candidato opositor venezolano, Hernán Capriles, dijera que La razón populista era su libro de cabecera?
–No creo que haya dicho eso. De todos modos, si es su libro de cabecera, lo entendió poco.
–¿Lo dice por su propuesta de campaña?
–Por toda su intervención política, que apuntó a restituir el
espacio político de la derecha en Venezuela. Muchas veces esos espacios
políticos se construyen a través de discursos que no son formalmente de
derecha pero que cumplen ese papel. En 1945, en Argentina, el discurso
desde el punto de vista ideológico de la Unión Democrática, del Partido
Comunista digamos, no era un discurso de derecha, pero funcionó
políticamente como la plataforma electoral de la derecha. Eso pasa
muchas veces. Yo había dicho que aquí grupos como Libres del Sur y Pino
Solanas tenían como destino manifiesto terminar siendo aliados en un
frente opositor antipopular, y eso es lo que está empezando a
insinuarse.
–¿Lo sorprendió de alguna manera el triunfo de Hugo Chávez?
–No me sorprendió. Yo estuve unos días antes en la embajada
argentina en Londres con la embajadora Alicia Castro y con un grupo de
figuras de la izquierda británica, y todos coincidimos en que el triunfo
de Chávez era ineluctable. Ha sido una victoria no sólo para Venezuela
sino también para América latina, que está empezando una etapa en
condiciones políticas y económicas mucho mejor que la que inició a
comienzos de este siglo. Con la incorporación de Venezuela al Mercosur,
la integración latinoamericana ha recibido un impulso fundamental. El
Mercosur va a ser una potencia económica internacional de un peso
considerable.
–¿Una derrota de Chávez hubiera revertido este proceso?
–No sé si lo hubiera puesto en peligro terminal, pero le hubiera puesto un freno.
–Si uno lee los medios de allá, da la sensación de que en
Europa todavía les cuesta entender por qué los venezolanos siguen
votando a Chávez. ¿Es así?
–En Europa hay una especie de cortina de humo que no sólo comparten
por sectores de derecha sino también por algunos sectores de izquierda
que forman parte de regímenes socialdemócratas, que tienden a coincidir
en condenar la “deriva populista” de las revoluciones populares
latinoamericanas. El problema es que la socialdemocracia europea se ha
acoplado al tren del neoliberalismo. En casi todos de los países
europeos la socialdemocracia ha jugado no un papel opositor al modelo
dominante, sino un papel de complementación al modelo dominante.
–¿Cómo encuentra el clima político en Argentina, por estos días bastante centrado en la aplicación de la ley de medios?
–En Argentina la oposición política no logra construir un frente de
fuerzas creíble. Eso es entendible porque ellos no pueden trascender el
horizonte neoliberal que gobernó Argentina desde los mediados de los ’80
hasta el surgimiento del kirchnerismo. En esa medida, todos estos
sectores están desaglutinados, sin propuestas reales. La única fuerza
que consigue aglutinar una acción opositora son los medios, que se han
transformado en el principal partido opositor. (Héctor) Magnetto es uno
de los ejes de la acción opositora en la Argentina, incluso si él no
actúa abiertamente en política. La acción opositora deriva hacia la
acción social de los medios y estos sectores representan la única
oposición creíble en este país.
–¿Usted también considera tan determinante el 7 de diciembre?
–Vamos a ver lo que pasa. Ahora se está jugando si va a haber una
acción imparcial del Poder Judicial en términos de la demanda de Clarín o
si va a haber una decisión cargada por la voluntad de crear obstáculos
al Gobierno. El 7 de diciembre –o el 10, como dijo Cristina el otro día–
es una fecha clave en el sentido de que el poder monopólico tiene que
comenzar a desarticularse.
–En Argentina, la oposición, más que plantear un modelo
alternativo al del Gobierno, plantea un discurso “institucionalista”,
incluso uno de los motivos de unión opositora fue el rechazo a la
re-reelección presidencial. ¿Cree que ese discurso es acertado?
–El argumento de un institucionalismo radical es típico de la
derecha. Las instituciones nunca son neutrales, son la cristalización de
la relación de fuerzas entre dos grupos y cualquiera que intente romper
con esa relación de fuerzas iniciando un proyecto más radical va a
chocar con el orden institucional vigente. Esto no significa que haya
que pasar a un radical “antiinstitucionalismo”, de lo que se trata es de
pasar a nuevas formas institucionales por las cuales las nuevas fuerzas
intervinientes comienzan a expresarse. Eso me parece que está
ocurriendo en Argentina. No hay el menor esfuerzo por parte del Gobierno
por romper las normas institucionales vigentes pero sí hay, y eso lo
considero positivo, un esfuerzo por crear una institucionalidad de tipo
nuevo.
–¿Para esa institucionalidad de tipo nuevo sería necesaria una reforma constitucional?
–Hay quienes piensan que no, yo pienso que sí es necesaria. La
última reforma constitucional de 1994 expresó la preponderancia del
modelo neoliberal. Hoy, que el modelo está radicalmente cambiando, es
necesario pasar a un orden constitucional nuevo. Se habla mucho de la
cuestión de la reelección, pero no veo que eso sea tan sustantivo aunque
estoy a favor de una reelección indefinida. No tiene que ver sólo por
las circunstancias de Argentina sino con las circunstancias
latinoamericanas en términos más generales.
–¿Se refiere a los liderazgos que surgieron en estos años?
–En la V República de Francia la centralidad de la figura de De
Gaulle fue fundamental para crear un nuevo orden institucional, y nadie
pensó en aquel momento que eso significara poner en cuestión el orden
democrático. Formas institucionales nuevas son importantes para crear un
orden jurídico nuevo en América latina.
–Hubo un cacerolazo en la Plaza de Mayo y hay otro en
preparación. El Gobierno lo interpretó como una manifestación de
sectores acomodados, ¿cómo lo ve usted?
–Es más o menos así. Son fenómenos periféricos. La última oposición
con un programa hegemónico alternativo que surgió fue con la protesta en
torno del campo. Hoy es, como Marx decía, que la primera vez es
tragedia y la segunda comedia. Esto representa las secuelas del pasado,
no creo que sea el polo de crecimiento de ninguna oposición real.
–¿No cree que alguien de la oposición puede capitalizar ese sector o ese malhumor?
–¿Pero quién es la oposición? Esto es un desperdigamiento de fuerzas
sin significación alguna. Obviamente, van a hacer esfuerzos para tratar
de capitalizar estos movimientos, pero la posibilidad de que tengan
éxito me parece sumamente utópica.
–¿Por qué opina que el FAP y fuerzas afines van a terminar conformando un frente antipopular?
–En algún momento tuve la esperanza de que (Hermes) Bi-nner y las
fuerzas que se agruparon alrededor de él pudieran generar una oposición
creíble. Pero para constituir una oposición creíble es necesario
compartir elementos fundamentales de un modelo. Un sistema político es
aceptable en la medida en que las bases de un modelo de crecimiento sean
aceptadas tanto por la fuerza hegemónica dominante como por los grupos
opositores. Mi ilusión era que las fuerzas nucleadas en torno de Binner
podían representar esa alternativa opositora dentro del mismo modelo
nacional y popular que se estaba implantando en el país. Siempre va a
haber personajes como Elisa Carrió, que van a empezar a vociferar en los
márgenes del sistema, pero eso no cuenta. Lo que cuenta es si las
fuerzas responsables que están en el interior del sistema pueden crear
una convivencia institucional entre grupos diferentes. Pero si esas
fuerzas, y éste es un mensaje para Binner y quienes lo apoyan, no son
capaces de integrarse a un modelo que una fuerza socialista no puede
poner en cuestión y empiezan a aliarse en una especie de coalición
semigolpista, en ese caso la democracia argentina va a avanzar en
direcciones que no son las preferibles.
–¿Cómo ve la situación del movimiento obrero, que quedó dividido en varias centrales?
–Representa la mejor expresión de que el movimiento obrero ya no
tiene la totalidad estructural que tuvo en el primer peronismo. Es
decir, el movimiento obrero sigue los clivajes que se van produciendo en
el país. No me gusta la perspectiva de una división del movimiento
obrero, pero creo que en esta circunstancia era inevitable. El
afianzamiento del movimiento nacional y popular va a depender de que una
fracción mayoritaria del movimiento obrero, como creo que está
ocurriendo, se alíe a otras fuerzas que impulsen el modelo del gobierno.
–El Gobierno se ha hecho fuerte en la confrontación con
diversos poderes pero, sobre todo a partir del cacerolazo, hay quienes
piensan que tal vez la sociedad ya se cansó de esa confrontación. ¿Qué
piensa usted?
–Sin una cierta confrontación, ningún sistema político democrático
es viable. Uno de los problemas mayores que muestra la democracia
europea es que hay por un lado un consenso entre la socialdemocracia y
el liberalismo que representa un statu quo invulnerable. Entonces la
gente empieza a sentirse no representada por el sistema de alternativa
que el gobierno expresa. Cuando eso ocurre, el sistema político funciona
mal porque si en el momento de las elecciones la gente no se ve
confrontada con alternativas reales, hay indiferencia. Las expresiones
de protesta, entonces, vienen de afuera del sistema. Lo que se puede
llegar a lograr en América latina es un sistema político democrático
mejor integrado en el cual haya confrontaciones reales. Que la gente que
vote, por ejemplo en Argentina, por el kirchnerismo o vote por la
coalición opositora tenga claramente el sentido de aquello por lo cual
está votando. Si esa confrontación se crea y hay parámetros democráticos
para el desarrollo de la confrontación, estamos consolidando la
democracia en América latina. Si hay una confrontación tan radical que
cada una de las fuerzas pone en cuestión la legitimidad del sistema
institucional, vamos al desastre. Por otro lado, si se diluyera el
momento de confrontación y, como en Europa, la gente se encontrara sin
alternativas opositoras, habría también una disminución en la calidad
democrática. Lenin decía que la política es siempre caminar entre
precipicios. Entre el “ultrainstitucionalismo” y la confrontación
absolutamente destructiva, hay que encontrar un camino intermedio.
Confío en que en los próximos años vamos a construir el escenario en que
esa confrontación, dentro de un marco democrático, sea posible.