Por
Mayer Amschel Rothschild fue un inefable hombre de
negocios y banquero alemán que se hizo multimillonario especulando en las
Bolsas de Frankfurt y Londres. Y siempre supo del valor que la información
tenía para poder enriquecerse. Cuenta la leyenda que, como tenía en su poder el
sistema de comunicación de Europa a principios del siglo XIX se enteró antes de
la victoria inglesa en Waterloo contra Napoleón Bonaparte y compró miles de
acciones en la bolsa londinense y se sentó a esperar que llegara el resultado
de la batalla y la euforia del mercado elevara las cotizaciones a las nubes.
Ese hombre, un modelo de empresario para muchos banqueros y capitalistas, dijo
también alguna vez: “Permítanme emitir y controlar la moneda de una Nación y no
me ocuparé por quién haga las leyes.” Brillante concepto ¿verdad? Hoy podría
traducirse como “déjenme controlar al Banco Central de una Nación y no me
ocuparé por quien haga las leyes”.
Algo similar debe haber pensado el director del
Banco de Inglaterra en 1935, Sir (¿? Los ingleses siempre con sus vetustos
títulos de nobleza) Otto Niemeyer, cuando decidió crear el Banco Central de la
Argentina, tras el vergonzoso tratado Roca-Runciman. Fue el autor del proyecto
de creación del BCRA y dejó en su representación a cuadros técnicos que respondían
directamente a sus directivas. Lo que Niemeyer decía era palabra santa para los
presidentes argentinos en la primera década de existencia de esa entidad que,
como anhelaba Rothschild, emitía moneda y permitía “olvidarse” de las leyes.
La autarquía del BCRA –que el Estado no pueda
intervenir en sus decisiones, controlar su gestión, o su administración–, por
ejemplo, es hija del proyecto de Niemeyer, quien lo estableció así para, como
dijo alguna vez, poder “evitar cualquier exceso posible por parte del gobierno
argentino”. ¿Por qué? Sencillo, porque impide que un gobierno pueda disponer
libremente de sus recursos aún en situaciones límites como guerras, crisis
internacionales, emergencias económicas o catástrofes naturales.
Un Banco Central es fundamental para la vida
económica de una Nación: emite moneda, regula el crédito bancario, orienta las
actividades comerciales y vigila las entidades crediticias, recibe depósitos
oficiales y privados, regula la operación de divisas internacionales, establece
el circulante y mantiene reservas de dinero para mantener el valor de la moneda
local. Es la llave de la producción de un país. Quien maneja el Banco Central,
conduce la economía o, por lo menos, permite neutralizar la acción de un
gobierno.
NACIONALIZACIÓN PERONISTA. Quien lo entendió
perfectamente fue, claro, Juan Domingo Perón, ya que en marzo de 1947
nacionalizó el Banco Central y, por ende, todo el sistema bancario. De esa
manera redireccionó el crédito hacia el desarrollo económico –especialmente el
crecimiento industrial a través del Instituto Argentino de Promoción del
Intercambio (IAPI), creado unos meses antes– e impidió que los bancos privados
pudieran operar a su antojo ya que necesitaban la autorización del BCRA, ahora,
en manos argentinas.
Pero como sabemos, la experiencia de independencia
económica peronista duró demasiado poco. Los violentos demócratas de siempre
tras asesinar cientos de personas en la Plaza de Mayo, llevaron adelante en
septiembre de 1955 el golpe de Estado que intentó retrotraer a la Argentina al
país del sistema semicolonial británico. Lo anunció Arturo Jauretche en su
texto El Plan Prebisch o el retorno al coloniaje y no se equivocaba: de
inmediato, la dictadura militar “Libertadora” ingresó –por decreto o bando– al
Fondo Monetario Internacional, abrió el brutal proceso de deuda externa que
encadenó a generaciones de argentinos y, obviamente, derogó la Ley 12.962, que
había nacionalizado el BCRA y el sistema bancario, y se ajustó a las normas del
Banco de Pagos Internacionales de Basilea (Bank for International Settlements,
BIS), con sede en esa ciudad suiza. Un sólo dato enriquece esta teoría de la
continuidad de políticas pro británicas: Raúl Prebisch había sido el gerente
general del BCRA en 1935, acompañando a su fundador Ernesto Bosch.
Creado en 1930, el BIS reunió durante décadas a los
principales bancos centrales de Europa para controlar el intercambio de divisas
y manejar a los bancos centrales de los demás países. Intervinieron en su
creación el Banco de Inglaterra y la banca alemana y luego, tras la Segunda
Guerra Mundial, sufrió la incontinente influencia de la banca estadounidense.
Momento oscuro de esta entidad bancaria fue la supuesta complicidad en el
lavado de capitales expropiados a judíos durante las ocupaciones nazis entre
1938 y 1945. Estaba claro, el capital financiero internacional volvía a tallar
en la economía interna argentina. Y el Banco Central pasó a formar parte del
esquema financiero ideado por los organismos internacionales como el FMI y el
Banco Mundial.
El otro mojón importante respecto de la historia
del BCRA fue la sanción de la Ley (¿decreto? ¿bando militar?) de
Entidades Financieras, impuesta por el terrorífico ministro de economía de la
última dictadura militar, José Alfredo Martínez de Hoz. El historiador Mario
Rappoport en su imprescindible Historia Económica, política y social de la
Argentina explica de que manera la liberalización del mercado financiero y la
disminución de la participación del Estado “modificó drásticamente las
condiciones de rentabilidad de los distintos sectores económicos, afectando en
forma negativa a las actividades productivas, incentivando la valorización
especulativa y produciendo la hipertrofia del sector”. La ley financiera
limpiaba los últimos impedimentos para que el capital financiero pudiera entrar
y salir libremente del país.
La última gran etapa en esta historia es la Ley de
Convertibilidad y la reforma de la Carta Orgánica del BCRA que convertían a la
entidad en poco más que un gendarme del tipo cambiario y fortalecía la
independencia respecto del gobierno nacional. ¿Se entiende por qué el Banco
Central se convirtió desde su creación hasta hoy –excepto por breves períodos–
en un bastión del liberalismo económico argentino que rechazaba cualquier
injerencia de los gobiernos? ¿Se comprende, entonces, por qué en enero de 2010
Martín Redrado se atrincheró en su despacho para no permitir que el Estado
Nacional pudiera utilizar las reservas para pagar deuda externa? ¿Qué intereses
estaba defendiendo Redrado en aquel momento? ¿Los del Estado? ¿Los del Banco
Central? ¿Los de los organismos de crédito internacionales?
¿QUIÉN ES QUIÉN? Cuando la actual titular del BCRA,
Mercedes Marcó del Pont, relató la anécdota de la advertencia de Redrado
durante el conflicto fue muy sugerente. El nunca muy claro novio de Luli
Salazar, le previno: “Vos no sabés con quién te estás metiendo…” Pero ¿quién es
ese quién? ¿El propio Redrado o el capitalismo financiero internacional que
sostiene la autarquía del Banco Central?
No es difícil responder esa pregunta. Si uno repasa
la historia, comienza a quedar más claro quién es ese “quien”. El padre de la
Convertibilidad, Domingo Cavallo, fue presidente del BCRA en 1982, justo cuando
la dictadura militar decidió hipotecar el futuro de todos los argentinos
nacionalizando la deuda externa que unos pocos privados habían contraído en el
sector externo. Obviamente, esa fue la nacionalización –bueno, la de la
compañía de luz Italo-Argentina, también– que más daño le produjo al país en
toda la historia económica de nuestro país y que favoreció a los organismos
internacionales de crédito que, de la noche a la mañana, se vieron favorecidos
porque el Estado argentino los protegía de posibles quiebras de empresarios
endeudados. No es casualidad, tampoco, que fuera el propio Cavallo el que
impusiera la Convertibilidad y la sostuviera con un multimillonario
endeudamiento externo. Para que quede claro: la estatización de la deuda
privada costó al trabajador común, al docente, al kiosquero 14 mil millones de
dólares. La Convertibilidad le costó al menos 100 mil millones de dólares a ese
mismo ciudadano (la deuda pasó de U$S 65 mil millones a 190 mil millones en
2001 sin contar claro el dinero ingresado por las privatizaciones). Cavallo
niega haber sido el responsable de la estatización en 1982 y aduce haber
renunciado antes justamente por oponerse a esa medida, así que vamos a darle la
razón y sólo acreditarle los 100 mil millones de dólares que nos costó su
criaturita económica.
Otro presidente del BCRA muy conocido fue José Luis
Machinea, luego ministro de Economía del gobierno de la Alianza. Fue idea suya
el sistema conocido como el de licitación de divisas implantado para la compra
y venta de dólares. Consistía en que los bancos debían hacer sus ofertas al Central
para obtener dólares al día siguiente. Obviamente, la información se filtraba a
los amigos y un grupo de banqueros ligados al radicalismo se beneficiaron de
forma escandalosa con ese mecanismo; entre ellos Fernando de Santibáñez, jefe
de la Side delarruista, y otros bancos ligados a la por entonces Coordinadora
en los que todas las tardes se descorchaba champagne porque ya tenían
garantizada las millonarias ganancias del día siguiente. Machinea, claro,
oficializó la transferencia de la deuda privada al sistema público rubricando
con su firma los pagarés de las empresas cuyas deudas había estatizado la
dictadura. Cabe recordar, también, que en 2001, como ministro de Economía, fue
el responsable del ajuste del 15% de los salarios y jubilaciones a los empleados
del Estado.
Durante los años del menemismo, y la gestión de
Cavallo en Economía, el presidente del BCRA no fue otro que Roque Fernández, un
economista ultraliberal, heredero de la tradición monetarista de los Chicago
boys inaugurada por Martínez de Hoz en los ’70. Trabajó para el Banco Mundial y
el FMI, lo que obliga a preguntar con inocencia si no debería prohibirse que un
economista pueda atender en ambos lados de la ventanilla o del mostrador.
¿Existe doble fidelidad en estos supuestos técnicos que trabajan para la banca
financiera internacional y los Estados nacionales endeudados?
Mario Bléjer, por ejemplo, quién fue presidente del
Central en 2002, bajo el gobierno de Eduardo Duhalde, también fue funcionario
del FMI, y cuando dejó su cargo en el Banco se fue a trabajar al Banco de
Inglaterra –el mismo que fundó el BCRA en 1935– como Director del Centro de
Estudios.
Por último, el siempre prolijo Adolfo Prat Gay,
supuesto economista progre de la Coalición Cívica, quien fue presidente del
BCRA durante el gobierno de Néstor Kirchner, cumplió funciones en la Banca J.P.
Morgan, uno de las entidades financieras inglesas que se encargaron de
rediseñar la deuda externa argentina.
Teniendo en cuenta quiénes fueron los presidentes
del BCRA de las últimas décadas –más allá de la idoneidad en la materia que
otorga trabajar para entidades internacionales– queda un poco más claro quién
es ese quién de la frase que Redrado le arrojó a Marcó del Pont. ¿Se trata del
propio Redrado? ¿O del capitalismo financiero que tiene atrapado al BCRA desde
1935?
REFORMA TRASCENDENTE. Es por estas cosas que la
reforma de la Carta Orgánica del Banco Central y la derogación de la Ley de
Convertibilidad es el golpe más profundo que se le ha dado al modelo neoliberal
de los años noventa de los último tiempos. Pero considero que no ha sido
–debido a las dificultades técnicas que conlleva– lo suficientemente bien
comunicado. Muchos seguidores del kirchnerismo no han tomado verdadera
conciencia del cambio económico, en términos de perspectiva histórica, que
significan las leyes que se están tratando en el Congreso. Es posible que no se
trate de la nacionalización de la banca como piden muchos peronistas que tienen
en su marco ideológico el sistema implantado por Perón en 1947. Pero se trata,
sin dudas, de la reforma más importante, en términos de medidas nacionales y
populares respecto del sistema financiero, desde 1955 hasta la fecha.
La presidenta lo explicó en su discurso del 1 de
marzo. Pero me parece que no fue del todo escuchado: “El rol de los Bancos
Centrales fue siempre financiar a los gobiernos. El Banco Central de Inglaterra
que fue creado en el siglo XVII ¿adivinen para qué fue creado, para financiar
qué, a los pobres, a los nobles, a la reina? No, a los conflictos bélicos, así
fue fundado el Banco Central de Inglaterra en el siglo XVII y todos los Bancos
Centrales en general tienen una historia de fuerte intervención de la economía,
dirección del crédito y no solamente cuidar la estabilidad de la moneda, que es
una de sus funciones principales pero que no puede ser la única. Precisamente
esta fue la historia de la República Argentina hasta el año 1992. En el año
1992 se produjo la reforma orgánica del Banco Central, se suprimieron todas las
funciones que tenía de orientación de crédito, de decidir si el crédito podía
ir al consumo, al crédito a largo plazo, la posibilidad de dar adelantos para
tal o cual línea de créditos o para tal o cual producción donde el Estado
privilegiara tal o cual actividad. Se lo inmovilizó, se lo invisibilizó. Claro,
todo ese poder fue a parar a algún lado, porque cuando el poder se saca de un
lado no es que se difumina o se evapora, eso es el vapor. El poder fue a parar
a las entidades financieras, a los bancos. Por eso pasó lo que pasó no
solamente en la República Argentina, sino en el mundo entero. Lo financiero por
sobre lo productivo es producto de esto que se llamó en un momento Consenso de
Washington y que hoy están dando marcha atrás varios países”.
La autarquía del BCRA fue uno de los grandes logros
del liberalismo argentino. Fue una batalla cultural importante que ganaron
gracias al oscurantismo con que siempre se manejan los economistas y porque
durante muchos años un sector importante de la sociedad argentina creyó en la
libertad de los mercados. No es que no lo supieran. Lo habíamos olvidado. Perón
ya lo había dicho: “La economía y el libre mercado son sólo afirmaciones para
el consumo de los tontos e ignorantes. La economía nunca es libre, o la
controla el Estado en beneficio del pueblo, o la controlan las grandes
corporaciones en perjuicio de este”.
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